
II
Hago un suspiro de silencio
-a veces hay tanto muerto adentro-
Una flor esperando salir
un recóndito reto envuelto en lienzo.
Nada mira fuera de mi ausencia.
Es tan frágil mi piel cuando vuela...
No voy a dejarme caer.
Soy romero y salvia en humo,
soy planta sagrada,
soy tierra.
Prendo de mi fuego
incienso interno.
Soy mi espacio sagrado que cuidar,
responsable del cultivo de mi tierra,
soy mi hogar.
Empapada en mantras
me distancio de mi soledad vacía,
soy mi antigua compañía, mi regalo,
mi verdad.
Pulso el amuleto de mis manos
abriéndose al mar.
Soy arena, soy el agua salada
queriéndome enjuagar.
I
Canto porque siempre hay voces que se quedan
en la cortina invisible de mis palabras
y me sobrevuelan el cuerpo a la par del viento,
sacudiendo las pestañas de esta ventana al mundo que es mi tiempo.
Canto porque ya no insisto en explicarme
cuántas calandrias adornan el techo de mis verdades,
sin saber yo de dónde salen
ni hacia dónde quieren volar.
Canto porque vivo mimándome poco
o no lo mucho que sería deseable,
para no llegar hasta estos momentos
en que si no cantara,
moriría.
Canto las verdades que no me sé
y a veces también las que recojo…
algunas pocas son frutas maduras y aptas
de tanta siembra interna,
de tanto intento a tientas…
toda cosecha reclama despojo.
Canto porque se me nutre el alma
con agua nueva
cada vez que la música de las palabras
me obliga, me imanta y me amamanta
hasta parirte de nuevo,
canción vieja.
V
Y descubro
una vez más
que la escritura es
en cualquiera de sus formas
mi terapia sujeto-predicado,
mi apariencia de
palabras paridas para permanecer
en algún sitio.
III
Los árboles
lloran
sus hojas.
La niebla
se despierta.
La luna
sigue su viaje
sigilosa.
La noche
gana partida,
silenciosa.
Será
que
llegó
el Otoño.
IV
Necesitamos aullar
en una frecuencia
tan extasiantemente presente
que nos dirima de esta ausencia
que frente a nosotras
propiciamos.